¿Los gobiernos de Perón en Argentina o de Hugo Chávez en Venezuela poseen rasgos comunes? Según un sector de las Ciencias Sociales, si, para otro, no. El debate gira en torno a la definición y uso de la categoría de los populismos. Se percibe la persistencia de elementos considerados populistas en el devenir de los países de América Latina. Sin embargo, el uso de la categoría en diversos sentidos obstaculiza su definición, además de su existencia en Europa y otros lares del planeta. Dar una definición simple no es tarea fácil. Esto se observa en la lectura de la bibliografía especializada sobre el asunto.
El objetivo del ensayo es rescatar de lo escrito sobre el tema, algunos elementos que puedan enriquecer la investigación histórica sobre este fenómeno. En este sentido, en primera instancia se realizará una revisión de las principales contribuciones sobre la producción bibliográfica de los populismos. En segundo lugar, a partir del análisis de las definiciones de los populismos, se intentará reflexionar sobre ciertos acápites que ayuden al objetivo propuesto, pues la bibliografía del tema es muy amplia y heterogénea, e incluye la expresión de juicios de valor.
1. Breve balance de la bibliografía
Este ítem tiene el fin de evidenciar los intereses de los investigadores sobre el tema de forma cronológica, y la evolución de los temas tratados en torno a los populismos latinoamericanos. Quattrocchi-Woisson nos presenta la introducción de la categoría en América Latina por intelectuales preocupados por diferenciar los gobiernos de esta área de los fascismos europeos de la primera mitad del siglo XX. Su uso por intelectuales prestigiosos y la difusión de la categoría en los medios de comunicación consolidó su presencia en las disciplinas sociales.
Los cincuentas y sesentas fueron décadas fructíferas para el estudio de los populismos de América Latina. Algunos percibían numerosos o escasos cambios en los gobiernos populistas, y otros una continuidad con el régimen oligárquico. Uno de los hitos de debate de estos estudios abarcó la caracterización de los populismos latinoamericanos como fenómenos distintos de otros lugares del mundo. Por ende, Germani, quien estudió el caso argentino, reconoció que estos populismos fueron excepcionales, aunque los insertó en una tendencia generalizada de un movimiento de modernización mundial. Di Tella profundizó la especificidad de los populismos en América Latina realizando una tipología de un movimiento político en búsqueda de modernizar a sus naciones con el respaldo de los sectores populares. Enfocado hacia los países “subdesarrollados”, o del “Tercer Mundo”, Di Tella estudió las condiciones en que surgieron los grupos que participaron en los populismos destacando sus particularidades. Así, la especificidad de las condiciones nacionales permitió el surgimiento de un determinado tipo de populismo.
Asimismo, los estudios clásicos de Germani, Di Tella y Ianni se orientaron a la relación de los populismos con la modernización ― no atendieron la asociación entre democracia y modernidad, y percibían al fenómeno como negativo ―; mientras que, las investigaciones de Cardoso, Faletto y Weffort se interesaron en el desarrollo, siendo el populismo una etapa temporal ― se subrayó el rol de los grupos populistas en las políticas proteccionistas, el crecimiento económico y la distribución de la riqueza, lo cual era visto como positivo ―.
Surgieron dos corrientes: la culturalista y la materialista. Ambas se desarrollaron en los sesentas y setentas, y dotaron de un carácter latinoamericano al populismo, que era interpretado como una política de continuidad. La primera corriente se enfocó en la influencia de la cultura política en el desenvolvimiento de los populismos. La segunda tendencia se oponía a las interpretaciones esencialistas y ahistóricas, y afirmaba que no existían clases en América Latina pues estas sociedades eran subdesarrolladas, por lo que los lideres populistas se dirigieron al sector de los sectores populares, quienes poseían escasa conciencia de clase.
En los ochentas, las perspectivas económicas sobre el tema se explican por las crisis que experimentaron los países latinoamericanos. La emergencia de gobiernos con ciertos rasgos populistas, el desarrollo de la hegemonía neoliberal y la consolidación de la democracia motivaron que los ochentas y noventas, sobre todo en esta última década, se realizasen nuevas interpretaciones de los populismos. Se inició el uso del término de “neopopulismo”.
También, se realizaron intentos por tipificar a los populismos de forma cronológica. En su libro Populism in Latin America, Conniff divide el devenir de los populismos latinoamericanos en tres periodos: populismo temprano (1990-1930), auge del populismo (1940-1960) y la etapa de los 70’s a la actualidad. En cambio, en el texto Miraculous Metamorphoses, que se orienta por las políticas económicas, se reconocen tres épocas: el populismo clásico (1930-1960), el populismo tardío (1970-1980) y la neoliberalización del populismo (1980-1990).
En general, se identifica la existencia de dos acercamientos metodológicos a la noción de populismos latinoamericanos. Por una parte, algunas investigaciones se preocupan por limitar su estudio en una época y lugar determinado, y así dotar un modelo explicativo coherente al encauzarse en las circunstancias históricas del surgimiento y fortalecimiento del populismo. Por otro lado, algunos se orientan por la búsqueda de rasgos comunes entre los fenómenos definidos como populistas, haciéndose un ejercicio de hermenéutica. Se intentan hacer generalizaciones.
2. ¿Caja de Pandora? Implicaciones del estudio de los populismos
Partiremos de la definición de los populismos desde un clásico artículo sobre el tema escrito por Torcuato Di Tella en 1965, tiempo en que algunos regímenes populistas estaban vigentes. Él considera a los populismos latinoamericanos como «movimiento[s] político[s] con fuerte apoyo popular, con la participación de sectores de clases no obreras con importante influencia en el partido, y sustentador de una ideología anti-status quo».
Desde la definición anterior, los autores posteriores la complementan o rechazan. Weyland, define a los populismos como «una estrategia política caracterizada por la presencia de un líder que apela a grupos heterogéneos de excluidos disponibles para ser movilizados y con los cuales busca establecer vínculos directos». Knight, como «un estilo político. No se relaciona con ninguna ideología, periodo o alianza de clases específica; aun cuando, también sostengo, el estilo llega a ser más efectivo políticamente e históricamente relevante en algunos momentos, lugares y periodos que en otros». De la Torre subraya la ambigüedad ideológica del populismo y reconoce cuatro rasgos: un nosotros/ellos en el discurso, un líder salvador, una alianza de las elites emergentes con los sectores populares, y políticas democráticas inclusivas a través de formas no liberales. Y Drake aumentaría una política económica nacionalista. Estos elementos son importantes para destacar las perspectivas del estudio histórico sobre el fenómeno, los cuales serán desarrollados en los siguientes acápites.
Habría que indicar que, en las últimas décadas, el término neopopulismo surgió para rescatar el ejercicio de ciertas conductas populistas ― relación directa entre los líderes y los sectores populares beneficiados, la manipulación clientelista y el uso de una retórica antipolítica ― en un contexto neoliberal, es decir de reformas económicas. Tanto los neoliberales como los populistas atacan el orden vigente y los sectores intermedios organizados, los primeros para aplicar sus políticas económicas, y los segundos para fortalecer su poder.
2.1. Instituciones
En los treintas y cuarentas, para las elites tradicionales, el Estado se constituía un conjunto de instituciones que posibilitaban la transformación de la sociedad. Para ellos, los populistas percibirían al Estado como una fuerza arbitraria que favorecía a unos y perjudicaba a otros. Sus políticas se regirían por criterios personalistas, combativos e ideológicos, más que por la búsqueda del bienestar colectivo. Así se limitaría el ejercicio de la democracia y aumentaría la corrupción y el clientelismo.
Si seguimos con las instituciones políticas, podemos observar que la interpretación política de los populismos promueve investigar el ejercicio de la soberanía y la participación popular, que se insertan en un tema más extenso: la democracia, especialmente la representativa. Y como el populismo se asocia a aspectos emotivos en la relación de las bases sociales con los líderes, surgiendo el dilema de la relación directa sin intermediación, o la aplicación de las instituciones racionales para erradicar los vínculos emotivos, y es que los populismos y la democracia se fundamentan en ambos ejercicios. Por eso, el asunto se restringe a una materia de dosis y límites.
En sociedades individualizadas, las instituciones de la democracia representativa, como el voto, reflejan la voluntad mayoritaria, que constituye una suma de voluntades individuales. No obstante, en sociedades donde predominan los lazos colectivos, como las latinoamericanas, la democracia representativa refleja esos vínculos. Estas relaciones se orientan por obligaciones de parentesco, clientelismo y corporativismo. Así, en los neopopulismos se usan las prácticas políticas preexistentes. Estas relaciones informales funcionan como un medio para llenar el vacío o las fallas de las instituciones formales posibilitando la consolidación del sistema democrático, aunque puede ocasionar un problema del contrapeso de las instituciones, es decir manipulaciones. También, habría que considerar el desarrollo del acceso desigual a derechos de la ciudadanía y de los bienes públicos, y el peso de lo étnico, que influenció en el fortalecimiento de oligarquías que ejercieron autoritarismo y exclusión frente a las poblaciones indígenas mayoritarias.
La política moderna, principalmente electoral, en América Latina se fundamentó en un fenómeno multiclasista con una ideología ecléctica, y no en una relación directa entre los intereses de clase y la manifestación política. En esta dinámica, es importante para el análisis de los populismos, el reconocimiento de la legitimidad y aprobación ― como el PRI y el APRA ―, o de la ilegitimidad y el rechazo de los sectores sociales involucrados. El manejo de las instituciones es un punto importante en las políticas populistas. Dentro del juego de la legitimidad, es interesante el rol de los regimenes populistas en mantener una tendencia de secularización que se diferenció de un carácter espiritual que las elites tradicionales querían para la sociedad, aunque no se criticó a la religión.
Por otra parte, los partidos populistas fueron la expresión política más visible de estos movimientos. Di Tella elabora una clasificación para los países más subdesarrollados:
1) Partidos integrativos policlasistas. Remarcan las reformas económicas antes que las sociales. Ejemplos fueron el PRI, en México, que tuvo un carácter autocrático y contó con una amplia burocracia; y el Partido Social Democrático y el Partido Trabalhista, en Brasil, que fueron los herederos de Vargas.
2) Los apristas. Partidos fuertemente centralizados y disciplinados, en mayor grado que el tipo anterior. Su modelo es el APRA del Perú. Sus políticas son heterogéneas. Son enemigos de las fuerzas militares.
3) Partidos reformistas militaristas. Se caracterizan por su aspecto autoritario, carismático y emotivo para defender sus intereses. Su grupo trascendental son los militares por la debilidad de la burguesía y las clases medias. Los gobiernos más cercanos al modelos son el de Rojas Pinillas, en Colombia, y Odría, en Perú.
4) Partidos social-revolucionarios. Sus bases sociales principalmente son los obreros urbanos, los campesinos e intelectuales revolucionarios. Los ejemplos latinoamericanos más clásicos son el castrismo y el Movimiento venezolano de Izquierda Revolucionaria.
En los países más desarrollados de América Latina, cono sur, sus condiciones históricas dificultan la aparición de los populismos, siendo más resistentes a los llamados emotivos de los líderes y más predispuestos a relaciones contractuales. Sus sectores medios al ser los principales beneficiados guardan lealtad a los grupos conservadores. No obstante, el peronismo contó con el apoyo popular, militar, clerical y de algunos industriales; quienes eran una parte ilegitima dentro de sus clases, empero la principal fuerza fueron los obreros y fue dirigida por personajes de las elites. En el gobierno, el peronismo se enfocó a las reformas sociales.
El peligro de la tipología descrita líneas arriba, radica en la generalización de la aplicación de la categoría populismos a los diferentes gobiernos latinoamericanos. Por eso, cito a Knight, quien en un estudio señala los caminos por los cuales los países latinoamericanos lograron su ciudadanía en el siglo XX. Dos de los cinco caminos encontrados son calificados de populismos: populismo revolucionario y populismo estatista. No obstante, el autor aclara que usa la noción de populismo en su sentido común, es decir relacionado a movimientos y regímenes de carácter reformista, progresista, nacionalista y democrático, aunque no son totalmente democrático-liberales ni socialistas y usaron las herramientas del sistema capitalista. Sería necesario mencionar que estos caminos definidos por Knight son paralelos a la clasificación de los populismos que hizo Di Tella. La polisemia otra vez es un riesgo para generalizar los hallazgos empíricos.
Al centrarnos en las instituciones nos remitimos, igualmente, a las políticas económicas. Los regimenes populistas redistribuían la riqueza nacional, nacionalizaban las empresas nacionales, protegían el mercado interno y establecían políticas públicas asociadas a beneficios sociales y económicos a favor de los obreros y asalariados. Esto es fortalecer un proceso de modernización. Las elites tradicionales veían como el sistema instaurado por ellos se desmoronaba y los capitales nacionales eran invertidos en grandes cantidades, especialmente, en las pequeñas industrias, en programas sociales y en infraestructura que percibían como poco prioritarios para el desarrollo.
Sin embargo, el respeto por la propiedad privada permaneció incólume pues era un elemento de clasificación y dinamismo social, más bien, las nacionalizaciones y las confiscaciones de tierras fueron un intento de ampliar el número de propietarios para estabilizar la sociedad y fortalecer el mercado nacional. Igualmente estas políticas fueron promovidas por los conflictos con ciertos sectores de sus bases populares, y algunos autores lo consideran como despilfarro.
Sachs define como los “ciclos de políticas populistas”, a aquellas políticas de mercado que se caracterizan por ampliar en demasía las políticas macroeconomicas que provocan una alta inflación y un desequilibrio en la balanza de pagos, de forma frecuente y prolongada generando conflictos sociales por la situación económica. Estas políticas y su aplicación reflejan los intereses de los sectores sociales desde diversos ámbitos, y la inequidad de ingresos. Para él, los populismos llevan a desastres económicos. Más allá de esta impresión, los criterios económicos en el desarrollo de los populismos de América Latina guían el análisis histórico de estos fenómenos, no obstante ciertos investigadores declaran que la matiz económica se ha constituido en la vertiente analítica más débil, en comparación a la tendencia política.
2.2. Actores y movimientos
Cuando nos acercamos a los populismos desde la perspectiva de los actores sociales, encontramos en la literatura especializada la dinámica de los sectores que conforman las sociedades latinoamericanas y que dan soporte y movimiento a los populismos. Algunos sociólogos inciden en la presencia de los incongruentes, quienes se ubican en los sectores altos y medios ― liberales y obreros, lideres sindicalistas, intelectuales y cierto grupo de las elites ―, y poseen numerosas razones para estar descontentos deseando reformas; y de las masas movilizadas y disponibles.
El apoyo de los sectores altos, medios y populares ― incluyendo al ejército y al clero ― a los regímenes populistas de América Latina, se debió, según Di Tella, a la condición de subdesarrollo de estos países ― estando en un nivel intermedio México y Brasil ―, si bien, en el caso de los países desarrollados en este continente ― Argentina, Chile y Uruguay ―, el apoyo de los sectores altos fue nulo o escaso. La conformación de las bases sociales de los populismos varía según las circunstancias del devenir histórico nacional. Son afirmaciones que se tendrían que revisar.
También un sector de los industriales ― dedicados a la producción de bienes de consumo para el mercado interior ― intervinieron en la gestación de los populismos. En la tarea de impulsar el capitalismo en sus respectivos países intentaron consolidar su posición, deseando llegar a los más altos puestos estatales, empero al no tener el apoyo de las elites políticas se unieron implícitamente a los obreros. Al carecer de un partido representativo fueron fortaleciendo su simpatía y apoyo a determinados sectores de la burocracia civil y militar que agenciaron los populismos.
Los nuevos líderes políticos, los populistas, fueron percibidos por la corriente culturalista como simples receptáculos pasivos, ignorantes y de mentalidad tradicional, que recogieron la cultura política patrimonial, jerárquica y mediterránea que se formó en América Latina. Los líderes populistas eran seguidos por las masas populares, y su relación contenía elementos de tipo personal y emocional. Estos líderes poseían la tendencia de tener una larga trayectoria política porque integraron un orden social que nutría sus estrategias políticas. Se identifica que en sus primeros gobiernos realizaron políticas reformistas o revolucionarios, y en los siguientes, enfatizaron en la conservación y profundización del orden, la amplitud de la ciudadanía, y la legitimación de las sociedades. No obstante, algunos estudiosos, no pierden de vista que los lideres populistas comparten ciertos rasgos con lideres tradicionales como la corrupción, el nepotismo y la hipocresía, por lo que no necesitarían de una categorización excepcional. Así, se prefiere denominarlo como un estilo político que permite dinamismo en el análisis histórico de los movimientos, líderes y regimenes relacionados a los populismos.
Los líderes populistas se atribuían un liderazgo natural que no se fundamentó en su «bagaje cultural y su experiencia, sino por quiénes eran y por cómo hacían que otros los siguieran». Tuvieron más éxito en su protesta que en el ejercicio del gobierno, y es que intentaron actuar en el mismo esquema político vigente, en vez de erradicarlo. Aquellos que criticaron a los populismos llegaron a calificar a sus líderes como simples demagogos que no poseían un programa político claro, siendo una fuerza de continuidad más que de reforma. Esto fue parte de las razones de sus fracasos, además de la imposibilidad de captar a la heterogeneidad de los sectores populares un mismo bando político. Y es que no se podía satisfacer a todos.
Aunque la emotividad es un rasgo del populismo, sin embargo, ello no implica que su movimiento no posea racionalidad. Estos movimientos llevan un tipo de mediación que trasciende el vínculo líder-masa ― lo cual no es exclusivo de los populismos ―, que según su crecimiento y longevidad amplían los canales de mando y representación dentro del movimiento. Para Weffort, los populismos significan para los líderes una forma de organización del poder, mientras que, para los sectores populares es una forma de expresión política. Estas afirmaciones son parte de la reflexión del papel de los sectores populares en el populismo, que a veces trascienden estos regímenes. Estos grupos fueron menospreciados por las elites tradicionales, quienes las percibían como pobres, ignorantes y destacaban sus defectos de personalidad en términos del gusto a una gratificación inmediata, la apatía y el desinterés. Las migraciones, las organizaciones sindicales, socialistas y comunistas agudizaron los temores del surgimiento de una inestabilidad social.
La corriente culturalista los vio como grupos que esperaban que les resolvieran sus problemas, en vez de preocuparse por resolverlos por ellos mismos. Por tanto, se constituían en sujetos dependientes de un orden, y se sintieron atraídos por los líderes populistas porque era la primera vez que un sector político los escuchaban. Así, eran un conjunto uniforme de seguidores. Justamente, Moisés critica en los setentas, la visión de los estructuralistas, quienes no rescataron a los sectores populares en su rol de actores históricos, omitiendo mostrar sus intereses y su capacidad para presentar sus anhelos políticos específicos. La visión estructuralista, igualmente, indiferencia las masas de las clases, olvidándose de su heterogeneidad interna y sus formas de articulación, lo que implica un elemento ideológico elitista intrínseco.
Di Tella realizó un trabajo en torno a la participación de los “partidos del pueblo” ― que incluye a la clase obrera, el proletariado marginal, los campesinos y a los sectores menos privilegiados de la clase media ― en la vida política latinoamericana para demostrar el papel activo de estos grupos, más allá de su apoyo pasivo. Se incluye a partidos con características populistas ― populistas de clase media (apristas) y obreros populistas (peronismo) ―, empero, habría que mencionar que este artículo es una actualización de uno citado anteriormente donde se enlista tipos de populismos, que son principalmente los mismos que se citan en este artículo.
Desde el caso brasileño se presenta a los sectores populares como sujetos principales de la riqueza económica nacional, ya sea en calidad de obreros o asalariados del sector servicios. Estos grupos se convierten en objeto de las preocupaciones de los dirigentes estatales para la gestión de los servicios públicos, el centro de atención de los agentes de los medios de comunicación y de los partidos políticos que buscan legitimar sus proyectos. Además de las influencias externas en el desenvolvimiento de los sectores populares, habría que considerar los efectos de la ideología dominante, las autorepresentaciones de sus roles sociales, las instituciones coercitivas y represivas estatales, y el devenir histórico propio. Consideraciones que cada vez más se toman en cuenta en la historiografía política.
2.3. Ideología
La ideología de los líderes tradicionales se centró en la creencia de que existía un orden “natural” en las sociedades latinoamericanas. Los terratenientes y los grupos adinerados asumían que los sectores populares por sus condiciones de pobreza, ignorancia y subdesarrollo no eran capaces de participar activamente en el ejercicio del poder político, que solo podía ser ejecutado por una pequeña elite. Temían la masificación de la política pues consideraban que promovería el caos.
Asimismo, se cuestionó el despojo de sus bienes a las elites tradicionales y se criticó sus políticas económicas, porque creían que ellos merecían su posición social por ser la minoría culta. Reprocharon los beneficios que recibirían los sectores medios y populares, considerando que poseían menos necesidades y no sabrían administrar estos beneficios. Postulaban que el crecimiento económico debía traducirse en ahorro e inversiones y no en consumo, el cual alejaría a las masas de intereses morales y espirituales. El consumo constituía en una demagogia a corto plazo, construyéndose un desastre a largo plazo. Ciertas afirmaciones son seguidas por algunos estudiosos.
Las similitudes ideológicas entre las elites tradicionales y los líderes populistas, en la primera mitad del siglo XX, se centraron en la creencia de la existencia de un orden natural en que unos pocos, nacían para dirigir; y otros muchos, para obedecer. Por tanto, existía de forma inherente un orden jerárquico y se dividía en clases sociales. Por otra parte, aunque se trató de secularizar a la sociedad en los aspectos económico y cultural, y no se opusieron a la religión católica. La familia era la institución fundamental para la sociedad. La justicia dependía de la posición social traduciéndose en el trato jerárquico. El paternalismo era un eje de las políticas pues se desconfiaba de las masas, que eran calificadas de primitivas y emotivas, distintas a las sociedades occidentales. Nunca los de abajo gobernarían.
La radio, la prensa y el dialogo directo fueron herramienta usadas por los lideres populistas para consolidar el apoyo popular. Se dirigían a la población renovando el vocabulario de los políticos tradicionales dotando sus discursos de un carácter positivo y moralista, y resaltando los valores positivos del pueblo. Usaron la prensa para divulgar sus ideas usando un lenguaje más sencillo y directo para sus lectores. Viajaron continuamente y realizaban campañas para interactuar con sus bases sociales. No obstante, habría que subrayar que los sectores populares fueron atraídos por demagogia por los líderes, mientras que los grupos medios y altos, requirieron de una ideología más refinada. Es decir, se elaboraron discursos diferenciados para las bases. La novedad en su quehacer político radicó en el respaldo selectivo de las demandas populares en sus programas económicos y sociales.
Una cuestión de gran dificultad es la heterogeneidad de los programas populistas, cuyas ideologías eran superficiales pues se combinaba fragmentos de otras ideologías con cierta tradición en el mundo intelectual ― liberalismo, conservadurismo, nacionalismo y socialismo ―, que servían para justificar los fines políticos de los líderes. Estas ideologías fueron instrumentalizadas para armar el intento reformista, o sea las nociones ideológicas se reinterpretan y se ritualizan.
Esta imprecisión ideológica robusteció la dificultad de identificar a los regímenes populistas como de izquierda o derecha, aunque se puede visualizar que trataron de cambiar las relaciones entre elites y sectores populares, pero sin separarlos ni revolucionar el carácter de su asociación. Por estas características, el status de la retórica populista en las ciencias políticas y en la filosofía es bajo, y además porque no se fundamenta en la conciencia ni en la racionalidad, sino, más bien, en elementos subjetivos; y su definición es negativa, puesto que se conoce lo que no es, pero escasamente lo que es.
3. Apuntes finales
Las materias abordadas en el ensayo han demostrado la heterogeneidad de entradas en las que se puede incursionar para estudiar de forma histórica a los populismos en América Latina. Los estudios de los populismos a pesar de ser múltiples nos brindan herramientas teóricas y empíricas para profundizar la investigación de las realidades latinoamericanas. Por otro lado, las definiciones presentadas acentúan la polisemia de la categoría ― como movimiento, ideología, gobierno y Estado ―. Esta dificultad impone un cierto “rito” para cada investigador que le interese el tema, que consiste en la revisión de las definiciones para evidenciar sus inexactitudes, y a la vez rescatar rasgos comunes para elaborar una nueva definición tras una comprobación empírica. Es un rito obligatorio.
Coincido con Knight en señalar que «el “populismo”, como concepto, es útil en la medida en que nos ayude a ordenar, comparar y comprender la vasta complejidad de la historia. Por lo tanto, preferiría construir mi potencialmente útil “populismo” sobre la base de procesos históricos, más que sobre convergencias historiográficas». No perder la brújula sino concentrarnos en las condiciones históricas concretas y discernir de donde partimos. No estamos salvos de caer en juicios de valor pues somos parte de nuestro tiempo, empero siguiendo los métodos y apelando a la intersubjetividad, se podrá contribuir en la amplia bibliografía.
Del mismo modo, esta breve y rápida revisión expresa algunos linderos que los historiadores podrían seguir para el estudio de los populismos en Latinoamérica, en sus criterios sociales, políticos y económicos. Sin embargo, la amplia variedad de definiciones y perspectivas de los estudios de los populismos nos genera la intranquilidad de la existencia de la posibilidad del conocimiento escaso o superfluo de las realidades de América Latina. Por tanto, nos llama a reflexionar sobre los alcances de nuestros estudios. Indudablemente, tenemos tareas pendientes en nuestras agendas.
BIBLIOGRAFÍA
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El objetivo del ensayo es rescatar de lo escrito sobre el tema, algunos elementos que puedan enriquecer la investigación histórica sobre este fenómeno. En este sentido, en primera instancia se realizará una revisión de las principales contribuciones sobre la producción bibliográfica de los populismos. En segundo lugar, a partir del análisis de las definiciones de los populismos, se intentará reflexionar sobre ciertos acápites que ayuden al objetivo propuesto, pues la bibliografía del tema es muy amplia y heterogénea, e incluye la expresión de juicios de valor.
1. Breve balance de la bibliografía
Este ítem tiene el fin de evidenciar los intereses de los investigadores sobre el tema de forma cronológica, y la evolución de los temas tratados en torno a los populismos latinoamericanos. Quattrocchi-Woisson nos presenta la introducción de la categoría en América Latina por intelectuales preocupados por diferenciar los gobiernos de esta área de los fascismos europeos de la primera mitad del siglo XX. Su uso por intelectuales prestigiosos y la difusión de la categoría en los medios de comunicación consolidó su presencia en las disciplinas sociales.
Los cincuentas y sesentas fueron décadas fructíferas para el estudio de los populismos de América Latina. Algunos percibían numerosos o escasos cambios en los gobiernos populistas, y otros una continuidad con el régimen oligárquico. Uno de los hitos de debate de estos estudios abarcó la caracterización de los populismos latinoamericanos como fenómenos distintos de otros lugares del mundo. Por ende, Germani, quien estudió el caso argentino, reconoció que estos populismos fueron excepcionales, aunque los insertó en una tendencia generalizada de un movimiento de modernización mundial. Di Tella profundizó la especificidad de los populismos en América Latina realizando una tipología de un movimiento político en búsqueda de modernizar a sus naciones con el respaldo de los sectores populares. Enfocado hacia los países “subdesarrollados”, o del “Tercer Mundo”, Di Tella estudió las condiciones en que surgieron los grupos que participaron en los populismos destacando sus particularidades. Así, la especificidad de las condiciones nacionales permitió el surgimiento de un determinado tipo de populismo.
Asimismo, los estudios clásicos de Germani, Di Tella y Ianni se orientaron a la relación de los populismos con la modernización ― no atendieron la asociación entre democracia y modernidad, y percibían al fenómeno como negativo ―; mientras que, las investigaciones de Cardoso, Faletto y Weffort se interesaron en el desarrollo, siendo el populismo una etapa temporal ― se subrayó el rol de los grupos populistas en las políticas proteccionistas, el crecimiento económico y la distribución de la riqueza, lo cual era visto como positivo ―.
Surgieron dos corrientes: la culturalista y la materialista. Ambas se desarrollaron en los sesentas y setentas, y dotaron de un carácter latinoamericano al populismo, que era interpretado como una política de continuidad. La primera corriente se enfocó en la influencia de la cultura política en el desenvolvimiento de los populismos. La segunda tendencia se oponía a las interpretaciones esencialistas y ahistóricas, y afirmaba que no existían clases en América Latina pues estas sociedades eran subdesarrolladas, por lo que los lideres populistas se dirigieron al sector de los sectores populares, quienes poseían escasa conciencia de clase.
En los ochentas, las perspectivas económicas sobre el tema se explican por las crisis que experimentaron los países latinoamericanos. La emergencia de gobiernos con ciertos rasgos populistas, el desarrollo de la hegemonía neoliberal y la consolidación de la democracia motivaron que los ochentas y noventas, sobre todo en esta última década, se realizasen nuevas interpretaciones de los populismos. Se inició el uso del término de “neopopulismo”.
También, se realizaron intentos por tipificar a los populismos de forma cronológica. En su libro Populism in Latin America, Conniff divide el devenir de los populismos latinoamericanos en tres periodos: populismo temprano (1990-1930), auge del populismo (1940-1960) y la etapa de los 70’s a la actualidad. En cambio, en el texto Miraculous Metamorphoses, que se orienta por las políticas económicas, se reconocen tres épocas: el populismo clásico (1930-1960), el populismo tardío (1970-1980) y la neoliberalización del populismo (1980-1990).
En general, se identifica la existencia de dos acercamientos metodológicos a la noción de populismos latinoamericanos. Por una parte, algunas investigaciones se preocupan por limitar su estudio en una época y lugar determinado, y así dotar un modelo explicativo coherente al encauzarse en las circunstancias históricas del surgimiento y fortalecimiento del populismo. Por otro lado, algunos se orientan por la búsqueda de rasgos comunes entre los fenómenos definidos como populistas, haciéndose un ejercicio de hermenéutica. Se intentan hacer generalizaciones.
2. ¿Caja de Pandora? Implicaciones del estudio de los populismos
Partiremos de la definición de los populismos desde un clásico artículo sobre el tema escrito por Torcuato Di Tella en 1965, tiempo en que algunos regímenes populistas estaban vigentes. Él considera a los populismos latinoamericanos como «movimiento[s] político[s] con fuerte apoyo popular, con la participación de sectores de clases no obreras con importante influencia en el partido, y sustentador de una ideología anti-status quo».
Desde la definición anterior, los autores posteriores la complementan o rechazan. Weyland, define a los populismos como «una estrategia política caracterizada por la presencia de un líder que apela a grupos heterogéneos de excluidos disponibles para ser movilizados y con los cuales busca establecer vínculos directos». Knight, como «un estilo político. No se relaciona con ninguna ideología, periodo o alianza de clases específica; aun cuando, también sostengo, el estilo llega a ser más efectivo políticamente e históricamente relevante en algunos momentos, lugares y periodos que en otros». De la Torre subraya la ambigüedad ideológica del populismo y reconoce cuatro rasgos: un nosotros/ellos en el discurso, un líder salvador, una alianza de las elites emergentes con los sectores populares, y políticas democráticas inclusivas a través de formas no liberales. Y Drake aumentaría una política económica nacionalista. Estos elementos son importantes para destacar las perspectivas del estudio histórico sobre el fenómeno, los cuales serán desarrollados en los siguientes acápites.
Habría que indicar que, en las últimas décadas, el término neopopulismo surgió para rescatar el ejercicio de ciertas conductas populistas ― relación directa entre los líderes y los sectores populares beneficiados, la manipulación clientelista y el uso de una retórica antipolítica ― en un contexto neoliberal, es decir de reformas económicas. Tanto los neoliberales como los populistas atacan el orden vigente y los sectores intermedios organizados, los primeros para aplicar sus políticas económicas, y los segundos para fortalecer su poder.
2.1. Instituciones
En los treintas y cuarentas, para las elites tradicionales, el Estado se constituía un conjunto de instituciones que posibilitaban la transformación de la sociedad. Para ellos, los populistas percibirían al Estado como una fuerza arbitraria que favorecía a unos y perjudicaba a otros. Sus políticas se regirían por criterios personalistas, combativos e ideológicos, más que por la búsqueda del bienestar colectivo. Así se limitaría el ejercicio de la democracia y aumentaría la corrupción y el clientelismo.
Si seguimos con las instituciones políticas, podemos observar que la interpretación política de los populismos promueve investigar el ejercicio de la soberanía y la participación popular, que se insertan en un tema más extenso: la democracia, especialmente la representativa. Y como el populismo se asocia a aspectos emotivos en la relación de las bases sociales con los líderes, surgiendo el dilema de la relación directa sin intermediación, o la aplicación de las instituciones racionales para erradicar los vínculos emotivos, y es que los populismos y la democracia se fundamentan en ambos ejercicios. Por eso, el asunto se restringe a una materia de dosis y límites.
En sociedades individualizadas, las instituciones de la democracia representativa, como el voto, reflejan la voluntad mayoritaria, que constituye una suma de voluntades individuales. No obstante, en sociedades donde predominan los lazos colectivos, como las latinoamericanas, la democracia representativa refleja esos vínculos. Estas relaciones se orientan por obligaciones de parentesco, clientelismo y corporativismo. Así, en los neopopulismos se usan las prácticas políticas preexistentes. Estas relaciones informales funcionan como un medio para llenar el vacío o las fallas de las instituciones formales posibilitando la consolidación del sistema democrático, aunque puede ocasionar un problema del contrapeso de las instituciones, es decir manipulaciones. También, habría que considerar el desarrollo del acceso desigual a derechos de la ciudadanía y de los bienes públicos, y el peso de lo étnico, que influenció en el fortalecimiento de oligarquías que ejercieron autoritarismo y exclusión frente a las poblaciones indígenas mayoritarias.
La política moderna, principalmente electoral, en América Latina se fundamentó en un fenómeno multiclasista con una ideología ecléctica, y no en una relación directa entre los intereses de clase y la manifestación política. En esta dinámica, es importante para el análisis de los populismos, el reconocimiento de la legitimidad y aprobación ― como el PRI y el APRA ―, o de la ilegitimidad y el rechazo de los sectores sociales involucrados. El manejo de las instituciones es un punto importante en las políticas populistas. Dentro del juego de la legitimidad, es interesante el rol de los regimenes populistas en mantener una tendencia de secularización que se diferenció de un carácter espiritual que las elites tradicionales querían para la sociedad, aunque no se criticó a la religión.
Por otra parte, los partidos populistas fueron la expresión política más visible de estos movimientos. Di Tella elabora una clasificación para los países más subdesarrollados:
1) Partidos integrativos policlasistas. Remarcan las reformas económicas antes que las sociales. Ejemplos fueron el PRI, en México, que tuvo un carácter autocrático y contó con una amplia burocracia; y el Partido Social Democrático y el Partido Trabalhista, en Brasil, que fueron los herederos de Vargas.
2) Los apristas. Partidos fuertemente centralizados y disciplinados, en mayor grado que el tipo anterior. Su modelo es el APRA del Perú. Sus políticas son heterogéneas. Son enemigos de las fuerzas militares.
3) Partidos reformistas militaristas. Se caracterizan por su aspecto autoritario, carismático y emotivo para defender sus intereses. Su grupo trascendental son los militares por la debilidad de la burguesía y las clases medias. Los gobiernos más cercanos al modelos son el de Rojas Pinillas, en Colombia, y Odría, en Perú.
4) Partidos social-revolucionarios. Sus bases sociales principalmente son los obreros urbanos, los campesinos e intelectuales revolucionarios. Los ejemplos latinoamericanos más clásicos son el castrismo y el Movimiento venezolano de Izquierda Revolucionaria.
En los países más desarrollados de América Latina, cono sur, sus condiciones históricas dificultan la aparición de los populismos, siendo más resistentes a los llamados emotivos de los líderes y más predispuestos a relaciones contractuales. Sus sectores medios al ser los principales beneficiados guardan lealtad a los grupos conservadores. No obstante, el peronismo contó con el apoyo popular, militar, clerical y de algunos industriales; quienes eran una parte ilegitima dentro de sus clases, empero la principal fuerza fueron los obreros y fue dirigida por personajes de las elites. En el gobierno, el peronismo se enfocó a las reformas sociales.
El peligro de la tipología descrita líneas arriba, radica en la generalización de la aplicación de la categoría populismos a los diferentes gobiernos latinoamericanos. Por eso, cito a Knight, quien en un estudio señala los caminos por los cuales los países latinoamericanos lograron su ciudadanía en el siglo XX. Dos de los cinco caminos encontrados son calificados de populismos: populismo revolucionario y populismo estatista. No obstante, el autor aclara que usa la noción de populismo en su sentido común, es decir relacionado a movimientos y regímenes de carácter reformista, progresista, nacionalista y democrático, aunque no son totalmente democrático-liberales ni socialistas y usaron las herramientas del sistema capitalista. Sería necesario mencionar que estos caminos definidos por Knight son paralelos a la clasificación de los populismos que hizo Di Tella. La polisemia otra vez es un riesgo para generalizar los hallazgos empíricos.
Al centrarnos en las instituciones nos remitimos, igualmente, a las políticas económicas. Los regimenes populistas redistribuían la riqueza nacional, nacionalizaban las empresas nacionales, protegían el mercado interno y establecían políticas públicas asociadas a beneficios sociales y económicos a favor de los obreros y asalariados. Esto es fortalecer un proceso de modernización. Las elites tradicionales veían como el sistema instaurado por ellos se desmoronaba y los capitales nacionales eran invertidos en grandes cantidades, especialmente, en las pequeñas industrias, en programas sociales y en infraestructura que percibían como poco prioritarios para el desarrollo.
Sin embargo, el respeto por la propiedad privada permaneció incólume pues era un elemento de clasificación y dinamismo social, más bien, las nacionalizaciones y las confiscaciones de tierras fueron un intento de ampliar el número de propietarios para estabilizar la sociedad y fortalecer el mercado nacional. Igualmente estas políticas fueron promovidas por los conflictos con ciertos sectores de sus bases populares, y algunos autores lo consideran como despilfarro.
Sachs define como los “ciclos de políticas populistas”, a aquellas políticas de mercado que se caracterizan por ampliar en demasía las políticas macroeconomicas que provocan una alta inflación y un desequilibrio en la balanza de pagos, de forma frecuente y prolongada generando conflictos sociales por la situación económica. Estas políticas y su aplicación reflejan los intereses de los sectores sociales desde diversos ámbitos, y la inequidad de ingresos. Para él, los populismos llevan a desastres económicos. Más allá de esta impresión, los criterios económicos en el desarrollo de los populismos de América Latina guían el análisis histórico de estos fenómenos, no obstante ciertos investigadores declaran que la matiz económica se ha constituido en la vertiente analítica más débil, en comparación a la tendencia política.
2.2. Actores y movimientos
Cuando nos acercamos a los populismos desde la perspectiva de los actores sociales, encontramos en la literatura especializada la dinámica de los sectores que conforman las sociedades latinoamericanas y que dan soporte y movimiento a los populismos. Algunos sociólogos inciden en la presencia de los incongruentes, quienes se ubican en los sectores altos y medios ― liberales y obreros, lideres sindicalistas, intelectuales y cierto grupo de las elites ―, y poseen numerosas razones para estar descontentos deseando reformas; y de las masas movilizadas y disponibles.
El apoyo de los sectores altos, medios y populares ― incluyendo al ejército y al clero ― a los regímenes populistas de América Latina, se debió, según Di Tella, a la condición de subdesarrollo de estos países ― estando en un nivel intermedio México y Brasil ―, si bien, en el caso de los países desarrollados en este continente ― Argentina, Chile y Uruguay ―, el apoyo de los sectores altos fue nulo o escaso. La conformación de las bases sociales de los populismos varía según las circunstancias del devenir histórico nacional. Son afirmaciones que se tendrían que revisar.
También un sector de los industriales ― dedicados a la producción de bienes de consumo para el mercado interior ― intervinieron en la gestación de los populismos. En la tarea de impulsar el capitalismo en sus respectivos países intentaron consolidar su posición, deseando llegar a los más altos puestos estatales, empero al no tener el apoyo de las elites políticas se unieron implícitamente a los obreros. Al carecer de un partido representativo fueron fortaleciendo su simpatía y apoyo a determinados sectores de la burocracia civil y militar que agenciaron los populismos.
Los nuevos líderes políticos, los populistas, fueron percibidos por la corriente culturalista como simples receptáculos pasivos, ignorantes y de mentalidad tradicional, que recogieron la cultura política patrimonial, jerárquica y mediterránea que se formó en América Latina. Los líderes populistas eran seguidos por las masas populares, y su relación contenía elementos de tipo personal y emocional. Estos líderes poseían la tendencia de tener una larga trayectoria política porque integraron un orden social que nutría sus estrategias políticas. Se identifica que en sus primeros gobiernos realizaron políticas reformistas o revolucionarios, y en los siguientes, enfatizaron en la conservación y profundización del orden, la amplitud de la ciudadanía, y la legitimación de las sociedades. No obstante, algunos estudiosos, no pierden de vista que los lideres populistas comparten ciertos rasgos con lideres tradicionales como la corrupción, el nepotismo y la hipocresía, por lo que no necesitarían de una categorización excepcional. Así, se prefiere denominarlo como un estilo político que permite dinamismo en el análisis histórico de los movimientos, líderes y regimenes relacionados a los populismos.
Los líderes populistas se atribuían un liderazgo natural que no se fundamentó en su «bagaje cultural y su experiencia, sino por quiénes eran y por cómo hacían que otros los siguieran». Tuvieron más éxito en su protesta que en el ejercicio del gobierno, y es que intentaron actuar en el mismo esquema político vigente, en vez de erradicarlo. Aquellos que criticaron a los populismos llegaron a calificar a sus líderes como simples demagogos que no poseían un programa político claro, siendo una fuerza de continuidad más que de reforma. Esto fue parte de las razones de sus fracasos, además de la imposibilidad de captar a la heterogeneidad de los sectores populares un mismo bando político. Y es que no se podía satisfacer a todos.
Aunque la emotividad es un rasgo del populismo, sin embargo, ello no implica que su movimiento no posea racionalidad. Estos movimientos llevan un tipo de mediación que trasciende el vínculo líder-masa ― lo cual no es exclusivo de los populismos ―, que según su crecimiento y longevidad amplían los canales de mando y representación dentro del movimiento. Para Weffort, los populismos significan para los líderes una forma de organización del poder, mientras que, para los sectores populares es una forma de expresión política. Estas afirmaciones son parte de la reflexión del papel de los sectores populares en el populismo, que a veces trascienden estos regímenes. Estos grupos fueron menospreciados por las elites tradicionales, quienes las percibían como pobres, ignorantes y destacaban sus defectos de personalidad en términos del gusto a una gratificación inmediata, la apatía y el desinterés. Las migraciones, las organizaciones sindicales, socialistas y comunistas agudizaron los temores del surgimiento de una inestabilidad social.
La corriente culturalista los vio como grupos que esperaban que les resolvieran sus problemas, en vez de preocuparse por resolverlos por ellos mismos. Por tanto, se constituían en sujetos dependientes de un orden, y se sintieron atraídos por los líderes populistas porque era la primera vez que un sector político los escuchaban. Así, eran un conjunto uniforme de seguidores. Justamente, Moisés critica en los setentas, la visión de los estructuralistas, quienes no rescataron a los sectores populares en su rol de actores históricos, omitiendo mostrar sus intereses y su capacidad para presentar sus anhelos políticos específicos. La visión estructuralista, igualmente, indiferencia las masas de las clases, olvidándose de su heterogeneidad interna y sus formas de articulación, lo que implica un elemento ideológico elitista intrínseco.
Di Tella realizó un trabajo en torno a la participación de los “partidos del pueblo” ― que incluye a la clase obrera, el proletariado marginal, los campesinos y a los sectores menos privilegiados de la clase media ― en la vida política latinoamericana para demostrar el papel activo de estos grupos, más allá de su apoyo pasivo. Se incluye a partidos con características populistas ― populistas de clase media (apristas) y obreros populistas (peronismo) ―, empero, habría que mencionar que este artículo es una actualización de uno citado anteriormente donde se enlista tipos de populismos, que son principalmente los mismos que se citan en este artículo.
Desde el caso brasileño se presenta a los sectores populares como sujetos principales de la riqueza económica nacional, ya sea en calidad de obreros o asalariados del sector servicios. Estos grupos se convierten en objeto de las preocupaciones de los dirigentes estatales para la gestión de los servicios públicos, el centro de atención de los agentes de los medios de comunicación y de los partidos políticos que buscan legitimar sus proyectos. Además de las influencias externas en el desenvolvimiento de los sectores populares, habría que considerar los efectos de la ideología dominante, las autorepresentaciones de sus roles sociales, las instituciones coercitivas y represivas estatales, y el devenir histórico propio. Consideraciones que cada vez más se toman en cuenta en la historiografía política.
2.3. Ideología
La ideología de los líderes tradicionales se centró en la creencia de que existía un orden “natural” en las sociedades latinoamericanas. Los terratenientes y los grupos adinerados asumían que los sectores populares por sus condiciones de pobreza, ignorancia y subdesarrollo no eran capaces de participar activamente en el ejercicio del poder político, que solo podía ser ejecutado por una pequeña elite. Temían la masificación de la política pues consideraban que promovería el caos.
Asimismo, se cuestionó el despojo de sus bienes a las elites tradicionales y se criticó sus políticas económicas, porque creían que ellos merecían su posición social por ser la minoría culta. Reprocharon los beneficios que recibirían los sectores medios y populares, considerando que poseían menos necesidades y no sabrían administrar estos beneficios. Postulaban que el crecimiento económico debía traducirse en ahorro e inversiones y no en consumo, el cual alejaría a las masas de intereses morales y espirituales. El consumo constituía en una demagogia a corto plazo, construyéndose un desastre a largo plazo. Ciertas afirmaciones son seguidas por algunos estudiosos.
Las similitudes ideológicas entre las elites tradicionales y los líderes populistas, en la primera mitad del siglo XX, se centraron en la creencia de la existencia de un orden natural en que unos pocos, nacían para dirigir; y otros muchos, para obedecer. Por tanto, existía de forma inherente un orden jerárquico y se dividía en clases sociales. Por otra parte, aunque se trató de secularizar a la sociedad en los aspectos económico y cultural, y no se opusieron a la religión católica. La familia era la institución fundamental para la sociedad. La justicia dependía de la posición social traduciéndose en el trato jerárquico. El paternalismo era un eje de las políticas pues se desconfiaba de las masas, que eran calificadas de primitivas y emotivas, distintas a las sociedades occidentales. Nunca los de abajo gobernarían.
La radio, la prensa y el dialogo directo fueron herramienta usadas por los lideres populistas para consolidar el apoyo popular. Se dirigían a la población renovando el vocabulario de los políticos tradicionales dotando sus discursos de un carácter positivo y moralista, y resaltando los valores positivos del pueblo. Usaron la prensa para divulgar sus ideas usando un lenguaje más sencillo y directo para sus lectores. Viajaron continuamente y realizaban campañas para interactuar con sus bases sociales. No obstante, habría que subrayar que los sectores populares fueron atraídos por demagogia por los líderes, mientras que los grupos medios y altos, requirieron de una ideología más refinada. Es decir, se elaboraron discursos diferenciados para las bases. La novedad en su quehacer político radicó en el respaldo selectivo de las demandas populares en sus programas económicos y sociales.
Una cuestión de gran dificultad es la heterogeneidad de los programas populistas, cuyas ideologías eran superficiales pues se combinaba fragmentos de otras ideologías con cierta tradición en el mundo intelectual ― liberalismo, conservadurismo, nacionalismo y socialismo ―, que servían para justificar los fines políticos de los líderes. Estas ideologías fueron instrumentalizadas para armar el intento reformista, o sea las nociones ideológicas se reinterpretan y se ritualizan.
Esta imprecisión ideológica robusteció la dificultad de identificar a los regímenes populistas como de izquierda o derecha, aunque se puede visualizar que trataron de cambiar las relaciones entre elites y sectores populares, pero sin separarlos ni revolucionar el carácter de su asociación. Por estas características, el status de la retórica populista en las ciencias políticas y en la filosofía es bajo, y además porque no se fundamenta en la conciencia ni en la racionalidad, sino, más bien, en elementos subjetivos; y su definición es negativa, puesto que se conoce lo que no es, pero escasamente lo que es.
3. Apuntes finales
Las materias abordadas en el ensayo han demostrado la heterogeneidad de entradas en las que se puede incursionar para estudiar de forma histórica a los populismos en América Latina. Los estudios de los populismos a pesar de ser múltiples nos brindan herramientas teóricas y empíricas para profundizar la investigación de las realidades latinoamericanas. Por otro lado, las definiciones presentadas acentúan la polisemia de la categoría ― como movimiento, ideología, gobierno y Estado ―. Esta dificultad impone un cierto “rito” para cada investigador que le interese el tema, que consiste en la revisión de las definiciones para evidenciar sus inexactitudes, y a la vez rescatar rasgos comunes para elaborar una nueva definición tras una comprobación empírica. Es un rito obligatorio.
Coincido con Knight en señalar que «el “populismo”, como concepto, es útil en la medida en que nos ayude a ordenar, comparar y comprender la vasta complejidad de la historia. Por lo tanto, preferiría construir mi potencialmente útil “populismo” sobre la base de procesos históricos, más que sobre convergencias historiográficas». No perder la brújula sino concentrarnos en las condiciones históricas concretas y discernir de donde partimos. No estamos salvos de caer en juicios de valor pues somos parte de nuestro tiempo, empero siguiendo los métodos y apelando a la intersubjetividad, se podrá contribuir en la amplia bibliografía.
Del mismo modo, esta breve y rápida revisión expresa algunos linderos que los historiadores podrían seguir para el estudio de los populismos en Latinoamérica, en sus criterios sociales, políticos y económicos. Sin embargo, la amplia variedad de definiciones y perspectivas de los estudios de los populismos nos genera la intranquilidad de la existencia de la posibilidad del conocimiento escaso o superfluo de las realidades de América Latina. Por tanto, nos llama a reflexionar sobre los alcances de nuestros estudios. Indudablemente, tenemos tareas pendientes en nuestras agendas.
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